Entre los
latinos, la berenjena no gozaba de muy buena prensa y la llamaron insanum malum porque, según ellos, esta
hortaliza engendraba melancolía y alteraciones anímicas. También recibió el
nombre de amoris poma porque altera
al hombre provocándole lujuria, es decir, tenía poderes afrodisíacos. El caso
es que el nombre de la berenjena nos ha llegado a través de los árabes, como
buenos hortelanos que eran.
El
refranero denuesta a la berenjena con una afirmación rotunda: La berenjena, para nada es buena. Y
aunque alimenta poco, -una berenjena, ni
hincha ni llena-, remedia el hambre -más
vale berenjenas en almodrote que andar con la panza al trote.
La forma
más sencilla de comerla es frita, simplemente enharinada o rebozada en huevo.
Si además le añadimos un chorreón de miel, de caña o negra, entramos en el
terreno de lo arábigo-andaluz con la mezcla de sabores contrarios: lo salado y
lo dulce.
La
creencia popular dice que en el tiempo de la berenjena (verano y principios de
otoño) es una época en la que se suele caer el pelo. Cualquiera que haya
sembrado y cultivado un huerto, no entenderá bien el dicho aquel de meterse en un berenjenal como sinónimo
de apuro, lío o asunto complicado del que no se sacan más que perjuicios.
Unos
consejos: al comprarlas prefiera las que tengan forma alargada, como de pera, y
que estén brillantes. Se conservan mal, por lo que conviene consumirlas
rápidamente; si las piensa pelar, no lo haga con demasiada antelación, ya que
su pulpa se volvería oscura.
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