domingo, 24 de mayo de 2015

3. Conejo a la cazadora



Es ésta una de las muchas maneras de preparar la carne de este animal tan abundante en nuestras tierras, porque, si de algo podemos presumir los españoles, es de conejos. Los fenicios, que llegaron a la Península hace unos tres mil años, quedaron maravillados al ver la abundancia de estos roedores desconocidos hasta entonces para ellos, y fue por esta razón por la que llamaron a este país incógnito is-saphan, que en su lengua significaba 'tierra de conejos'. De esta denominación anecdótica deriva el nombre latino Hispania, de donde se formó el actual topónimo España. Prueba de que este animal es casi un emblema de la Península son las monedas mandadas acuñar por Adriano y en las que puso como imagen de España la figura de un conejo.

La diferencia taxonómica y gustativa entre el conejo del campo y el casero es tan obvia que salta al gusto. No obstante, pueden darnos gato por liebre desde el día en que a un desdichado francés se le ocurrió la feliz idea de inocular el virus de la mixomatosis a un conejo, porque varios congéneres de su especie le estaban arruinando el huerto. Fue así como sembró una plaga que trascendió las fronteras del país galo y produjo el desastre ecológico más grave de la historia hasta la llegada de las locas vacas inglesas.

 Un consejo: según dicen, para que la carne de este animal adquiera su sabor óptimo, hay que dejarla un tiempo para que se pase un poco; a este proceso los franceses lo llaman faisander. Nuestro refranero es mucho más explícito y claro, pues dice: El conejo y la perdiz, han de dar en la nariz.

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