Está por
demás insistir en las excelencias de este sencillo y exquisito plato. El
detalle de las almejas no es sólo por el buen sabor que dan sino, también,
porque abiertas como quedan por los efectos del calor no hacen otra cosa que
aplaudir al que por primera vez tuvo la feliz idea de hacer este guiso.
Hubo un
tiempo, mientras fueron baratas, que las almejas no gozaron de muy buena
prensa. Prueba de ello son las palabras de Covarrubias quien, a principios del
siglo XVII, decía textualmente: "La
almeja es una conchuela pequeña, comida de gente pobre y que provoca la
lujuria." Ahora, para avivar la lujuria hay algunos que acuden, porque su
economía se lo permite, a un bivalvo más caro: la ostra.
Juan Cepas
nos recuerda que al barrio de la Victoria de Málaga se le conocía con el sobrenombre de Chupa y tira, aludiendo a las almejas,
alimento entonces muy barato y muy usado en las comidas de la clase media.
Gustavo García-Herrera rememora la antigua estampa callejera de la vendedora de
almejas: "¿No oíste nunca, por el antiguo mercadillo de Dos Aceras, cómo
una minúscula vieja, reseca, de ojuelos pistañosos, con pañuelo negro a la
cabeza, llevando al brazo un cesto de caña repleto de almejas, con voz aguda y
destemplada, hacía oír su pregón? ¡¡Niñas..., las armejas!!
A la sopa malagueña por excelencia, el gazpachuelo, las almejas le dan un sabor concluyente e inigualable. Hay un plato popular, barato, que gusta a grandes y a chicos, y al que estos bivalvos sirven de soporte exquisito: son las papas fritas con almejas.
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